La nueva

Los rayos de sol que entraban por la ventana de la habitación de Anne despertaron a Jean alrededor de las siete. Era el fin de semana previo al partido de hockey que -esperaban todas sus compañeras- definiría al equipo de la St. Ameus School como campeón de los Juegos Intercolegiales del año. Aquella era la primera temporada en la que Jean participaría y estaba tan entusiasmada por ello que ni siquiera le molestó cuando la profesora las citó para un entrenamiento el domingo a las nueve de la mañana.
Anne ya se había levantado, y estaba en la cocina ayudando a su madre con el desayuno. Jean se visitó rápidamente y bajó las escaleras. Al lado de la mesa del comedor estaba el bolso que contenía su uniforme de hockey y, apoyado contra la pared, estaba su palo dentro de la correspondiente funda.
- Buenos días, Jean.
- Buenos días, señora Kaye- respondió ella mientras tomaba asiento.
- ¿Dormiste bien?- le preguntó la mujer, y dejó una jarra de jugo de naranja en el medio de la mesa redonda.
- Mejor que bien. Lo primero que recuerdo después de haber apoyado la cabeza en la almohada es haberme despertado con el sol, diez minutos atrás.
La madre de Anne nunca había indagado específicamente sobre el tema, pero Jean estaba convencida de que su amiga le había comentado sobre los sueños que solían despertarla a mitad de la noche. Susan Kaye era una mujer de figura espigada y ondulado cabello rubio ceniza. Anne, por otro lado, rellenita y de cabellera lacia, larga y oscura, se parecía más a su padre. Elliot, el hijo mayor de los Kaye, era la viva imagen de su madre.
La señora Kaye llenó la mesa de tostadas, mermeladas, cereales y frutas. Anne estaba a mitad de camino de servirse todo lo que quería desayunar cuando su madre se dirigió a ella con tono severo:
- No te atiborres de comida, Anne. Recuerda lo que hablamos.
- Sí, mamá- obedeció la joven con tono apagado.
La señora Kaye siempre se había comportado de aquella forma con Anne, y a Jean no podría haberle llamado más la atención. Los Hart nunca habían hecho un comentario respecto al aspecto físico de Jean, por lo menos no de forma negativa. Y, sin importar lo que Anne dijera, Jean no creía que su amiga no fuera una chica saludable. Pero, tal y como hacía siempre, Jean actuó como si no hubiera notado nada, y simplemente se limitó a devolver la sonrisa displicente que la señora Kaye tenía reservada para esas oportunidades.
- Cuando terminen de comer las llevaré al colegio. ¿Almorzarás con nosotros, Jean?
- No, señora Kaye, creo que hoy les toca a mis padres tenerme para el almuerzo.
- Van a tener que alimentarte bien después de tanto ejercicio- rió la mujer-. Imagino lo que debe ser tener que levantarse tan temprano para ir al colegio a correr durante horas un fin de semana.
- Sí, no es fácil- concedió Jean-. Pero la verdad es que me encanta. Y en el partido de la semana que viene le demostraré a la entrenadora Stonehill que no se equivocó al confiar en mí.
Anne le sonrió ampliamente a su amiga mientras bebía una generosa cantidad de jugo de naranja.
- Recuerdo cuando Elliot fue nombrado capitán del equipo de fútbol. Tenía más o menos la misma edad que ustedes- prosiguió la señora Kaye, con lo que la sonrisa de Anne se desdibujó ligeramente-. Tus padres deben estar muy contentos con todo lo que estás logrando en el equipo de hockey.
Dirigiendo una fugaz mirada a su amiga, que repentinamente estaba muy interesada en sus tostadas, Jean respondió:
- Sí, lo están. Pero creo que serían más felices si tuviera las calificaciones de Anne.
Poco tiempo después, estaban en el campo de deportes de la St. Ameus School. Algunas de las compañeras de Jean ya se habían cambiado y tenían el uniforme gris que usaban para entrenar. La profesora Stonehill aún no había llegado.
- Espérame aquí, iré a cambiarme- le dijo Jean a Anne. Sacó su palo de hockey de la funda y se lo entregó para que lo cuidara-. No tardaré- agregó entrando al vestuario.
El resto del equipo estaba allí dentro, suplentes incluidas. Jean apoyó el bolso sobre uno de los bancos que había contra las paredes y se tomó unos minutos para asimilar que este sería el último entrenamiento antes del partido más importante de la temporada. Mientras se ponía las canilleras debajo de las medias, se imaginaba haciendo goles o pases excepcionales que les permitirían ganar fácilmente.
Seguía ensimismada, ignorando el paso del tiempo, cuando Bess, una de las halfs titulares, le dio unos golpecitos en el hombro:
- Ya llegó Stonehill, Jean; vamos.
- Sí.
Nerviosa como si fuera el día del encuentro, Jean esperó a que todas abandonaran el vestuario, guardó la funda del palo en el bolso y bebió un poco de agua de la canilla. Se disponía a cruzar la puerta pero Anne, que había aparecido repentinamente, le interrumpió el paso.
- ¡Jean! Te busqué por todos lados- la chica sonaba, por lo menos, alterada. Jean nunca la había visto así. Al lado de su amiga, había una joven a la que Jean no conocía, pero no le importó en ese momento.
- Sabías que estaba aquí dentro, Anne, ¿qué te pasa?
- Sí, no, nada. No te enojes…
- ¿Por qué habría de enojarme?
- Ehh, ehh…- Anne tartamudeaba, pero no se apartaba del camino- Te vas a enojar.
- Ciertamente, si no me dejas pasar- bufó Jean.
- Yo soy Neena Musil. Soy nueva…- se presentó la desconocida, y le tendió la mano.
- Hola- dijo escuetamente Jean, sin tomársela-. Estoy llegando tarde, Anne. Stonehill se va a enfadar conmigo.
Tomando por los hombros a su amiga, Jean la hizo a un lado y dio un paso fuera del vestuario. Lo que vio hizo que momentáneamente se le olvidara cómo respirar.
- Ay, no- musitó Anne.
- ¿Cómo…?
Su palo de hockey, su preciado palo, aquel por el que había ahorrado durante meses, estaba partido al medio. Algunas astillas estaban esparcidas por el suelo.
- ¡Anne! ¡Mi palo! ¡Roto! ¿Cómo? ¡NO!
- Fue sin querer- intervino Neena Musil.
- ¡Tú!
- Estaba apoyado en la pared, tropecé y…
- ¡¿Cómo es posible que hayas roto un palo de hockey?!- Jean nunca se había sentido tan enojada y triste a la vez. Respiraba con agitación, mientras Neena Musil intentaba apaciguarla.
- Mira, lo repondré, ¿está bien?- dijo esbozando una sonrisa-. Cálmate.
- Que me calme… ¡Que me calme!- de no haber sido porque ya estaba roto, Jean hubiera partido el palo en la cabeza de la nueva.
Asustada por su propia ira, Jean empezó a caminar con determinación hacia la cancha donde ya debían estar entrenando las demás.
- Jean…- la llamó Anne; pero la chica hizo caso omiso.
A la distancia, divisó la silueta de la profesora Stonehill. Tomó una bocanada de aire y se acercó a ella. Como pudo, le contó lo que había sucedido. En la mitad del relato, los ojos se le anegaron en lágrimas. Se sentía increíblemente tonta.
- Lo lamento, Hart; pero no hay palos extra en el colegio. Me temo que no te puedo permitir jugar sin haber entrenado.
- Pero, profesora, por favor…- rogó Jean casi en un sollozo.
- Sin palo, no hay entrenamiento; y, sin entrenamiento, no hay partido. Lo siento, Hart- repitió Stonehill, volviéndose hacia el campo para controlar al resto del equipo-. La próxima vez será.


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