Cambios

Jean no tuvo que insistir demasiado para que el señor y la señora Hart la dejaran asistir a la misma institución a la que iban Anne y Elliot Kaye. Por el contrario, los Hart estaban por demás complacidos con el interés que demostraba Jean por los estudios. Ante la primera insinuación de la joven sobre anotarse en la St. Ameus School, los Hart pusieron manos a la obra: consiguieron el dinero necesario para la inscripción, y la ayudaron a ponerse al día con el programa de la escuela durante las vacaciones. Un mes antes del inicio del ciclo lectivo, Jean aplicó para una beca que consiguió sin mayores dificultades.
Jean no podía asimilar su suerte: no sólo iba a pasar muchísimas horas estudiando y compartiendo con gente de su misma edad; sino que, además, aprendería un nuevo idioma, y tendría la posibilidad de unirse a alguna de las escuadras deportivas del St. Ameus. Aún no había decidido cuál la atraía más, pero había tiempo para eso. Tal vez se probara para las tres -volley, hockey y atletismo- y eligiera basándose en la experiencia. Lo ideal, pensaba ella, hubiera sido tener la opción de practicar las tres disciplinas. Jean tenía mucha energía para agotar, y era probable que la práctica de un solo deporte no satisficiera sus necesidades.
Anne, por su parte, no estaba interesada en los deportes. En cambio, había invitado a Jean a participar de su visita semanal al Museo de Bellas Artes. Entre una cosa y otra, poco espacio había en la vida cotidiana de las dos chicas para aquello que no estuviera relacionado con cultivarse. Conocer a Jean había ayudado a Anne a convertirse en una persona significativamente más extrovertida. Si bien todavía no había logrado acercarse demasiado a sus compañeras del curso en el St. Ameus, Jean y Anne pasaban horas conociendo gente nueva fuera del colegio. En el Museo, todos los guardias de seguridad las conocían e incluso sabían cuáles eran sus obras preferidas. También algunos visitantes asiduos habían trabado una buena relación con ambas; y las encargadas de los recorridos turísticos compartían con ellas un poco más información que con otros clientes.
Como eran vecinas, Jean y Anne solían quedarse a dormir en casa de la otra con tal frecuencia que los Hart y los Kaye se convirtieron en algo muy similar a una familia en poco tiempo. Si había algo que los adultos tenían en común, eso era el secretismo. Por esta razón, ni los Hart hacían demasiadas preguntas a los Kaye, ni los Kaye hacían demasiadas preguntas a los Hart. Las únicas que compartían todas sus inquietudes y pensamientos eran Jean y Anne.
La primera vez que Jean durmió en lo de Anne, se despertó acelerada en la mitad de la noche debido a la pesadilla que la asediaba desde hacía años. Si bien Jean se había acostumbrado a ella, un nuevo monstruo había aparecido y la había asustado. Algo abochornada, despertó a Anne para contarle todo lo relativo al sueño; no sólo por el simple deseo de ponerla al tanto, sino para preguntarle a su amiga si sabía algo respecto a esas criaturas. Jean describió a Anne la bestia que había aparecido esta vez: tenía torso de mujer, y las patas y alas de algún ave descomunal. Con la ayuda de la computadora de su amiga, descubrieron que se trataba de una arpía. Poco interesada con el tema, al rato Anne logró conciliar nuevamente el sueño. En cambio, Jean pasó lo que quedaba de la noche ponderando la posibilidad de investigar lo suficiente para crear una extensa base de datos sobre todas las criaturas mitológicas conocidas.


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