Un jardín en el bolsillo

No sé si alguna vez lo dije, pero un tiempo atrás (no comprendido en los últimos cinco años) yo escribía cuentos cortos a diario. Me era imposible comprometerme con algo más importante porque todavía estaba en el colegio, pero era una buena forma de mantenerme entretenida. Así que hoy, pensando y pensando antes de volver a la aventura de montarme en un medio de transporte público, se me ocurrió que no era una mala idea retomar esa sana costumbre (la de escribir, no la del transporte público).
Hace también bastante tiempo, cuando tenía que hacer trabajo de investigación para monografías, me suscribí a una especie de boletín diario. Gracias a esto, todos los días hábiles recibo en mi casilla de correo electrónico, la Frase de hoy. Si les tengo que ser completamente honesta, no siempre la leo. Pero me pareció que podía ser una buena inspiración para estos cuentos cortos.
En fin, voy a dejarme de vueltas y arrancar con el primero. Éste y algunos más de los que vendrán van a ser sencillos y algo tontos, hasta que me acostumbre al estilo.
Comencemos...

Un jardín en el bolsillo
No podía evitar correr a todos lados. Para ella, era algo inherente a vivir en la ciudad. Conocía gente que vivía más relajada, pero no la comprendía. De alguna forma, estaba en su naturaleza. Hacía pocos meses había comenzado la facultad, y se encontraba repentinamente desbordada de deberes. Su mochila había pasado a formar parte de su cuerpo y ya casi no recordaba cómo se sentía vivir sin un dolor de espalda constante. Se figuraba que debía ser el precio de la madurez; aunque era un término que se le antojaba innecesariamente importante, siendo que todavía era una adolescente.
Había conocido muchísima gente nueva, pero sólo recordaba la mitad de sus nombres. Seguramente había quienes tampoco recordaban el suyo. No porque fuera muy difícil, sino porque, a veces, las personas tienen mejores cosas que hacer que memorizar nombres. Ella, por su parte, nunca había tenido buena memoria. Uno de los tantos motivos por los cuales la universidad le estaba resultando una pesadilla.
No podía ubicar un momento de su vida en que hubiera tenido que leer tanto. Tal vez porque ese momento no existía realmente. Y, lo peor de todo, la lectura no la entusiasmaba en absoluto. Sufría un aburrimiento fatal cada vez que tenía que abrir uno de los polvorientos libros de la biblioteca. Sufrimiento que sólo aumentaba cuando empezaba a leerlos, y que se desvanecía cuando abandonaba la habitación. En el poco tiempo que había pasado desde el principio del ciclo lectivo, se había planteado abandonar una docena de ocasiones. Tal vez ese tipo de instituciones no fueran para personas como ella.
Una de esas ocasiones la encontró en la mitad de una clase. El profesor les había indicado que formaran grupos de trabajo, y sólo ella y un muchacho, al que no había visto nunca, habían quedado sin compañía. Con una tímida sonrisa en los labios, ocuparon una misma mesa.
- Gimena Gonzáles- se presentó ella sin preámbulos.
El joven se rió como si lo que había dicho lo divirtiera sobremanera.
- ¿Te causa gracia mi nombre?- inquirió Gimena notablemente ofendida.
- No, no, disculpa- dijo él llevándose un puño a la boca para obligarse a adoptar una expresión más seria-. Es sólo que... Gonzalo Giménez- añadió señalándose a sí mismo con ambos pulgares. Ella sonrió a su vez.
Para cuando finalizó la clase, estaba muy claro que una de las pocas diferencias entre Gimena y Gonzalo era que éste último podía ser etiquetado como una rata de biblioteca.
- Así que no te gusta leer... ¿para nada?- le preguntó él mientras abandonaban el aula, junto con el resto del curso, en estampida.
- Para nada- ratificó ella-. No hay forma de que logren atraerme los libros.
- Eso es sólo porque no te presentaron los libros adecuados- aseguró Gonzalo-. O no los estás leyendo bien.
- Bueno, terminé el colegio, ¿no?- replicó ella, un poco a la defensiva- Creo que puedo leer bastante bien.
- No, no estás entendiendo- se apresuró a aclarar el chico-. Te propongo algo. Búscame en el parque enfrente de la universidad. Si no logro cambiar tu opinión sobre la lectura, te pagaré el almuerzo durante un mes.
- Mmm. Es un desafío digno de mi tiempo. En el parque a las doce y media. Me gusta almorzar a la una.
Cuando Gimena llegó al sitio acordado, vio a Gonzalo sentado a la sombra de un árbol. Tenía un pequeño libro en las manos. Definitivamente no era nuevo: tenía la portada agrietada y el lomo profundamente marcado por el uso. A simple vista, no tenía nada de especial. Se sentó al lado del muchacho y dirigió una mirada de desconfianza al librito, como si pudiera envenenarla con sus páginas.
- Mira, es muy fácil- comenzó a explicar Gonzalo-. Sólo quiero que leas las primeras dos páginas y me digas de qué tratan.
- Okay, puedo hacer eso.
- ¿Y?- indagó él cuando, unos minutos más tarde, Gimena levantó la vista.
- Es una historia fantástica- respondió ella simplemente.
- Y...- la instó a seguir.
- Eso es todo lo que tengo.
- De acuerdo. Ahora dime de qué estaban hablando esas dos chicas que están sentadas allá.
Gimena observó brevemente a las personas que Gonzalo le había señalado.
- Una de sus amigas está teniendo problemas con el novio, que no le cae bien a ninguna de las dos. La rubia, además, sospecha que...
- Suficiente- la interrumpió Gonzalo-. Es evidente que tienes la misma capacidad de concentración que una paloma.
- ¡Ey!- saltó con enfado Gimena.
- No pasa nada, no tienes que avergonzarte- dijo él con sorna-. Hazme otro favor. Lee las mismas dos páginas en voz alta.
Gimena obedeció, y leyó con un tono lastimeramente monótono.
- Basta, basta por favor- la cortó Gonzalo tras el primer párrafo-. Prefiero que termines de contarme la absurda conversación de esas dos chicas- notó que Gimena comenzaba a perder la paciencia-. No te vayas todavía. Un último intento. Cierra los ojos- la joven lo miró con suspicacia-. Confía. Cierra los ojos.
Y Gimena así lo hizo. Gonzalo leyó desde el principio, pero de una forma tan distinta a cómo lo había hecho ella que parecían otras palabras. Poco a poco, en la mente de la chica empezaron a formarse imágenes. Las dos amigas que habían estado hablando cerca suyo bien podrían haberse marchado, o haberse sumido en un silencio sepulcral. Como una película, el relato de Gonzalo se presentaba delante suyo, aunque todavía tenía los ojos fuertemente cerrados. Finalmente lo oyó decir:
- Ahora, te toca seguir a ti.
Gimena recibió el libro con un súbito sentimiento de respeto hacia él; como si fuera algo maravilloso que acabara de descubrir. Siguió leyendo, y el viento hizo que desde el árbol llovieran hojas sobre ambos. Compenetrada como estaba, no le hubiera extrañado que la brisa fuera realmente el ala de un dragón rozando las copas de los árboles. Continuó con la lectura, y ahora ella misma se encontraba en ese bosque que parecía albergar siglos y siglos de leyendas, de magia e historias de héroes olvidados. Cuando llegó al final del capítulo y apartó la vista de las páginas, no sólo se sintió emerger de las profundidades de un mar calmo, sino que también notó sus facciones relajadas. Giró hacia su derecha para comentarle a Gonzalo todo lo que había experimentado, pero él ya no estaba allí. Se había ido sin que ella lo notara.
- ¿Quién tiene concentración de paloma ahora?- dijo en voz baja Gimena, con un tono ligeramente triunfante. Recogió sus cosas y guardó el librito dentro del bolsillo más accesible de su mochila, para asegurarse de que lo tendría a mano cuando precisara perderse en los caminos de su nuevo mundo portátil.


Frase de hoy: “Un libro es como un jardín que se lleva en el bolsillo”. (Proverbio árabe)

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