Un día particular (AKA Meaningless Rant)

Es muy probable que esta entrada pase desapercibida. No me estoy preocupando por la hora a la que estoy escribiendo, y creo que menos me va a preocupar la hora a la que la voy a publicar. Como ya sabrán -y, si no saben, los remito a Sobre Mí- de vez en cuando me gusta escribir por el simple placer de sacar cosas de mi sistema, para aligerar la mente.
Seguramente todos conocen a alguien que tiene una especialidad en el campo culinario. No soy particularmente ducha en la cocina, pero, si de algo puedo sentirme orgullosa, es de mis brownies. No están hechos con una receta secreta, no tienen ingrediente X, no tienen toque mágico. Son brownies sencillamente me salen como a mí me gustan: secos y ligeramente crocantes por fuera, húmedos y suaves por dentro. No les pongo nueces, ni pasas, ni chispas de chocolate. Alguna vez los habré adornado con un baño de chocolate, pero nada más. El asunto es que la opinión general es que son algo más que decentes, y hoy quise repetir la "proeza", y llevar para compartir a mi clase de Actuación.
Estaba todo planeado. O por lo menos tan planeado como me fue posible. Me levanté a eso de las nueve de la mañana (que, en mi mundo, es sinónimo de madrugar), y calculé dos horas para ducharme, vestirme, secarme el pelo, maquillarme, y todo eso que tiene que ver con la cotidianidad femenina. De esta forma, quedaba libre para cocinar a las once; y yo recién tenía que salir de casa a las dos de la tarde. Para hacer unos brownies, tres horas son una cantidad monstruosa de tiempo. Pero claro, en ningún momento conté con que la ropa que había pensado ponerme dos días atrás no me iba a quedar como imaginaba. Lo crean o no, perdí media hora eligiendo un vestuario distinto, con el que estaba un ápice más satisfecha que con el anterior.
Convencida de que tenía todos los ingrediente, dejé precalentar el horno y me dispuse a derretir el chocolate y la manteca a baño maría... sólo para darme cuenta de que no tenía suficiente chocolate. Olvidando por completo el horno, corrí al kiosco más cercano (que estaba cerrado) y a otro más. Por fin puse al fuego lo anteriormente mencionado, y acto seguido, casqué los huevos que indica la receta. ¿Qué sigue? Menos de una taza de azúcar. Siempre mido con las mismas tazas, y hoy no iba a ser la excepción. ¿Tazas, tazas? ¿Alguien las vio? En efecto, estaban las tres sucias. Pero, como dije, hoy no iba a ser la excepción. Para cuando terminé de lavarlas, el horno estaba más que precalentado, de forma que tuve que dejarlo enfriar nuevamente. Tras mezclar el azúcar con los huevos hasta que hicieran espumita (así figura, textualmente, en la receta), chequeo el chocolate y la manteca. Bendito chocolate, hoy te ensañaste conmigo. Por algún motivo que desconozco, no se había derretido. Con total paciencia y amor, me encargué de ese asunto y finalmente, tras unos minutos, pude unir ambas preparaciones. Hora de agregar la harina (medida con la misma taza que, como no estaba completamente seca, quedó con una delgada capa de harina pegada en el fondo), que dejó inusitadamente seca la mezcla de los huevos con el azúcar, la manteca y el chocolate. Luego, enmantecar y enharinar el molde -lo único que no representó un inconveniente hasta ese momento. Había decidido probar con nueces, así que intenté molerlas dentro de la bolsita. Claro que no calculé que, con la fortuna que estaba teniendo, era evidente que la bendita bolsa se iba a romper, regando polvillo de nueces por la mesada. No problem, pensé, no problem. Cuando por fin terminé de unir todo, no se parecía en nada a la ¿masa? de mis anteriores queridos brownies. Sin renunciar a la esperanza, llevé el molde al horno -que estaba alarmantemente frío-, y esperé. ¿Cuánto? Unos diez o quince minutos, hasta que sentí olor a quemado. Permítanme el uso de esta sigla, porque es necesario: WTF? Sin pensarlo un segundo, rescaté el brownie del horno y lo dejé enfriar. Super confiada. Por qué me habré relajado en ese momento, es algo que no me explico. No sólo no estaba quemado -a pesar del humo que salía cuando abrí el horno- sino que estaba crudo adentro. Paciencia de oro, no se me ocurrió mejor idea que devolverlo al bendito horno, y esperar. Long story short, terminé de quemarlo. Absolutamente frustrada y, por si no lo dije antes, incubando un resfrío, guardé todo lo que necesitaba en mi mochila y salí despotricando de casa.
Por lo menos no tuve que esperar el colectivo. ¿Vieron cuando están yéndose de su hogar, y tienen la ligera impresión de que están olvidando algo? Bueno, a mí no me pasó nada de eso; sin embargo, sí me estaba olvidando un libro de Shakespeare que tenía que mostrarle a mi profe de Actuación. Afuera, los conductores coreaban las puteadas que invadían mi mente. No porque estuviéramos increíblemente conectados, sino porque el chofer del colectivo en el que yo iba era pésimo. De alguna forma logré llegar de buen humor a la estación del subte, tras un viaje de cuarenta y cinco minutos. Afortunadamente, el yuyu no me acompañó hasta Scalabrini Ortiz, donde pude estudiar tranquilamente una escena con una amiga de Actuación. Pero sí me acompañó hasta el teatro. Cabe agregar que, en el camino, y para reemplazar los brownies fallidos, quise comprar unas golosinas en particular que sé que suelen gustar. Golosinas que no encontré en tres kioscos y un supermercado; y que tuve que resignar, y también reemplazar por obleas bañadas en chocolate (que también son exquisitas; pero soy del tipo de persona a la que le gusta conseguir lo que busca).
Antes de seguir, tengo que aclarar que soy una persona que, desde muy joven, y aunque no parezca, lee el diccionario. Sí, no lo consulto, lo leo. Así que, quédense tranquilos, lo que están a punto de leer no es a causa de mi ignorancia. Con mi papá hablamos algo que he denominado Furcionés. Es decir, pronunciamos mal algunas palabras a propósito. Es absolutamente normal para nosotros, aunque debo admitir que hay una parte de mí que lo resiente. Algunos ejemplos de Furcionés son: inucamente (en vez de únicamente), cuiseden (en vez de cuídense), siestra y diniestra (en vez de diestra y siniestra)... creo que ya captaron la idea. Y lo peor que le podía pasar a mi parte obsesiva sucedió. Ya no sé qué fue lo que dije, pero sé que se me escapó un furcio durante un ejercicio. Es algo que, de haber iniciado de una mejor forma el día, no me hubiera molestado. Pero justo hoy, hizo la diferencia. Porque mi parte obsesiva y controladora odia parecer analfabeta (además es exagerada, por si no lo notaron). También estoy segura de que debo haber dicho unas cuantas sandeces a lo largo de la clase, pero nada fuera de lo normal.
Otra cosa fue el viaje de vuelta, porque tuvimos que esperar (dos amigas y yo) durante un montón de tiempo a que llegara el subte. Como si eso fuera poco, después perdí por cinco minutos el colectivo que me iba a traer de vuelta a casa y lo tuve que esperar como veinte minutos. A la intemperie. Resfriada. Y jodidamente frustrada. Mi miércoles de miércole terminó arriba del colectivo, que era conducido por un fanático de clavar los frenos. ¿Saben? Me olvidaba de algo. Mientras aguardaba que llegara mi bondi, hablé por teléfono con mi mamá, quien me contó que estaba devorando los exquisitos brownies que había dejado en casa. Sí, los quemados. Cuando llegué a casa también los probé y comprobé que me había hecho mala sangre en vano.
Pero, como dije, cuando me bajé del colectivo a una cuadra de casa, ya era jueves. Papá me estaba esperando en la parada, y juntos fuimos a retirar una porción de risotto con pollo que había encargado minutos atrás a un restaurante cerca de donde vivo.
Y ahora, por muy tarde que sea, tengo brownies de postre.

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