Máquina del Tiempo: Lucy in the Sky with Diamonds

JOHN LENNON: Vi a Mel Tormé presentando el show de Lennon-McCartney y diciendo que Lucy in the Sky with Diamonds era una canción sobre el LSD. Nunca lo fue, y nadie me cree. Lo juro por Dios, o por Mao o por quien quiera: no caí en lo de la sigla LSD. La verdad es ésta: mi hijo volvió a casa con un dibujo de una mujer muy rara que volaba por el cielo. Le pregunté qué era y me dijo que era Lucy en el cielo con diamantes, y yo pensé: "Qué bonito". Inmediatamente escribí una canción sobre ella. Y después de que hubieran publicado el álbum, alguien se dio cuenta de lo del LSD. Yo no tenía ni idea, y naturalmente lo que hice fue repasar todas las canciones para ver qué decían las letras. Ninguna decía nada. No era sobre eso. 
Las imágenes eran de Alicia en el País de las Maravillas. Era Alicia en el bote. Compra un huevo y el huevo se convierte en Humpty-Dumpty. La dependienta se convierte en una oveja, y un instante después están remando en un bote nadie sabe dónde, y yo estaba visualizando todo eso. También estaba la imagen de la mujer que algún día vendría a salvarme, esa chica con los ojos caleidoscópicos que llegaría del cielo. No es una canción sobre el ácido.

Los adultos tienden a complicar las cosas. La gente de mi edad también tiende a complicar las cosas. Les damos vueltas a todas las situaciones cotidianas, hasta que dejan de ser lo que originalmente eran y se tornan un torbellino incomprensible, un laberinto sin camino correcto.
Los niños, en cambio, son más sencillos. Para ellos la vida es mágica, casi un juego, una aventura. Consiguen hacernos reír con sus ocurrencias, su imaginación y frescura; nos roban una sonrisa con sus preguntas fantásticas y, si nos descuidamos, nos hacen recordar que alguna vez también fuimos niños.
Ellos tienen una concepción maravillosa de la vida, la ven llena de colores espectaculares y luces resplandecientes. Son protagonistas de una película cuyo final siempre es feliz.
Las vidas de los niños y los adultos no suelen ser compatibles. La gente grande puede atravesar complicaciones a las cuales los niños no deberían verse sometidos. De algún modo, siempre los protegemos. Pero ¿de qué?
¿Acaso los protegemos del mundo que heredamos, de la realidad que comenzó a ser propia desde el momento en que nos convertimos en adultos, de las desilusiones del crecer, de que dejen de ver la magia que existe en el planeta...? Esa magia que les inculcamos desde que nacen, pero que les quitamos cuando consideramos que "ya están grandes" para creer en ella.
A veces deberíamos comprender que los que estamos grandes para andar complicándonos la vida somos nosotros. A veces deberíamos dejar de lado la mirada crítica e intentar ver a través de los ojos de un niño. Y volver a encontrar todo aquello que creíamos perdido.
Descubrir que aún tenemos capacidad de asombro, descubrir que no existe un buen motivo para abandonar la edad de los por qué, descubrir que las mariposas nunca se fueron de nuestro estómago, que nos podemos enamorar como cuando teníamos quince años, descubrir que una golosina nos alegra el día, que los fuegos artificiales aún nos deslumbran, descubrir la felicidad que hay en las vueltas de una montaña rusa o un carrusel.
A veces deberíamos respirar profundo y dejarnos llevar por ese niño mágico que pugna por aflorar cada vez que pasamos por las vidrieras de una juguetería, que nos dice de forma discreta que debemos tener esas lapiceras con brillitos, que aunque sea invierno nos obliga a comprarnos un helado, que nos ayuda a que nos atrevamos a ponernos un sombrero llamativo antes de salir a la calle.
De vez en cuando deberíamos llenarnos de mil colores, tomarnos el día para permitirnos reír a carcajadas, despertar a nuestro niño mágico e ir al parque juntos, de la mano.

Junio de 2008

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