Esa época del año

Para mí ya llegó esa época del año en la que miro hacia atrás y hago un balance. A diferencia de muchos otros, a mí se me da por pensar en estas cosas cuando llega Noviembre. Por lo general, este mes para mí significa ensayos (por lo menos desde hace cuatro o cinco años); cuando iba al colegio, significaba que llegaban los exámenes que iban a decidir cómo iban a ser mis vacaciones. Porque, en lo que a mí respecta, Noviembre es el último mes del año. Diciembre pasa tan rápido y prácticamente inadvertido, que más que un mes me resulta el limbo entre un año y el que le sigue. Tiene dos o tres fechas importantes, está lleno de feriados, y los días que se encuentran en el medio los usamos para pensar en lo que va a venir.
Así que, como dije antes, ya me llegó la hora de mirar hacia atrás.
Está llegando a su fin el primer año desde que terminé la carrera de Teatro Musical (nota para los ortodoxos: no es lo más convencional, pero es una carrera). Como cualquier otra, no se termina cuando nos dan un diploma o lo que sea, sino que se sigue estudiando de por vida. Durante estos meses estuve entrando y saliendo de clases como si... no sé, como si fueran un shopping. Pero no importa, porque estoy encontrando la forma de poner en orden todas las cosas que quiero hacer y sé que, antes de que empiece el ciclo lectivo 2012, voy a tener todo solucionado. Algunos pueden pensar que fue un año perdido. Y yo no podría estar menos de acuerdo.
Tengo veintidós años y nada de ganas de vivir corriendo. Recibir un título hoy no significa que voy a ser famosa mañana. La mayor parte de la gente parece esperar grandes cosas de uno, lo más pronto posible. Es una cosa de las sociedades. Si no sos exitoso un mes después de haber "concluido" tus estudios, lo mejor va a ser que elabores un plan B, porque el A no te debe estar funcionando. Es muy probable que tu familia empiece a preocuparse por tu futuro (si es que no lo hicieron cuando les dijiste que ibas a estudiar algo que tuviera que ver con el arte), los compañeros de trabajo de tus viejos hacen esfuerzos inhumanos por no poner los ojos en blanco, y los que no te conocen para nada, no pueden evitar pensar que sos un loco bohemio. Y esa es la parte que tiene que ver con lo académico.
La vida sentimental es otro tema. Si nunca tuviste pareja, como me pasa a mí, puede que la mitad de los que te conocen piensen que sos gay, y la otra mitad tiene la ligera certeza de que vas a morir en soledad. No digo que haya algo de malo con cualquiera de esas dos cosas, pero creo que me gané el derecho de llegar a conclusiones como esas por mi cuenta. De nuevo, tengo veintidós años, lo que significa que debo llevar un cuarto de vida. ¿Cuál es la prisa de la gente? ¿Por qué creen que, si no tengo todo ahora, no lo voy a tener nunca?
Como dije alguna vez en otra entrada, esto no significa que tengo un pensamiento mediocre (por lo menos no a mi modo de ver las cosas). Simplemente quiere decir que creo que todo lleva su tiempo. Algunos dicen que la vida es muy larga, otros dicen que es muy corta. Ambas afirmaciones son ciertas para mí.
Soy joven y todavía tengo muchas oportunidades esperando a ser aprovechadas. En esta carrera que elegí, la clave es la paciencia. Puede llegar un trabajo grande cada cientos de trabajos más pequeños, pero lo importante es mantenerse en movimiento y jamás, nunca, desistir. Conociendo actores que llevan cincuenta años en el oficio, y siendo que recién estoy empezando a transitar mis veintes, puedo pensar "Sí, todavía tengo mucha vida por delante".
Por otro lado, cuando comenté que iba a estudiar Teatro Musical, gran parte de mi familia empezó a bañarme con alternativas. "¿Por qué no seguís estudiando Inglés y sos profesora?", "¿No te interesa ser médica como tu tía?", "¿No querés trabajar en una oficina como tu mamá?", "¿Y si mejor estudiás Sociología, o Psicología? O mejor estudiá Letras, y sos escritora, como siempre quisiste; y, mientras escribís, podés dar clases en alguna escuela o Universidad". Y ahí es cuando me doy cuenta de que la vida es demasiado corta. Es demasiado corta para distraerse de la meta. Independientemente de que esas cosas me interesen o no, ¿alguna de ellas es lo que quiero para mi vida? No soy mi mamá, no soy mi tía, ¿por qué tendría que vivir como ellas? Por el momento, no me interesa ser docente. ¿Por qué gastaría diez años de mi vida en algo que no es mi vocación, que no es mi visión, que no me va a hacer sentir realizada ni me va a traer felicidad? Además, dedicar tiempo a esas cosas que poco tienen que ver con el camino que elegí, ¿no quiere decir que, de alguna forma, ya me di por vencida?
No tengo problemas dándome cuenta de que la felicidad viene en distintas formas, y que depende de cada uno. Siempre respeté que mis amigas eligieran estudiar algo distinto a lo que yo había elegido, ¿por qué no iba a hacerlo? Y tampoco tengo interés en estar juzgando las decisiones de mi familia, porque no son mi problema. Si les va bien y están contentos, me alegro por todos. Si encuentran algo que los hace sentir satisfechos consigo mismos, no voy a ser yo quien se oponga o los haga sentir menos por ello. Es la falta de reciprocidad lo que me molesta. Ni siquiera es que me duele, no me lastiman con esas acciones. Pero sí creo que es un tipo de actitud que daña las relaciones.
Les puedo asegurar que no soy el tipo de persona que les dice a los demás lo que tienen que hacer. Por ende, espero lo mismo de parte de los demás. Probablemente mis papás y mi tía, la doctora, sean los únicos que saben qué estuve haciendo desde que terminé el colegio. Hace unos meses retomé un libro que había empezado a escribir a los doce aproximadamente; y creo que no me equivoco si digo que nadie tiene la menor idea sobre la trama. Estoy en camino a cumplir uno de mis más grandes sueños y sólo a tres personas les interesa genuinamente cómo va. Lo cual no me importaría tanto si no fuera porque hay otros tantos que intentan hacerme sentir culpable si alguna vez no estoy para ellos.
Ese fue siempre mi gran error (señala mamá cuando tiene oportunidad), y nunca lo pude arreglar. Probablemente no debería estar escribiendo todo esto, pero mamá y papá ya se cansaron de escuchar lo mismo una y otra y otra vez. La gente que siempre escucha a los otros y es capaz de dejar sus problemas a un costado por un segundo, rara vez encuentra a alguien del otro lado que esté dispuesto a hacer lo mismo. Aquellos que aparentan tener todo bajo control no reciben ayuda, porque nadie cree que puedan necesitarla; están todos tan acostumbrados a que uno los acompañe que no saben cómo dar una mano.
Así que, en ese sentido, mi año fue igual a cualquier otro. Pero creo que estoy aprendiendo a soportarme más a mí misma, y a disfrutar de un poco de la soledad, aunque eso vaya en contra de la naturaleza social del humano.
Creo que lo más importante que me enseñó este año es que nunca tengo que pedir perdón por ser quien soy. Nadie debería hacerlo. La diversidad es una de las cosas más hermosas que tenemos. Las personas somos los millones de matices que se encuentran en la paleta de colores del mundo (¿suficientemente cursi?). Así que sí, este año me enseñó una lección muy importante. Tal vez llegue a enseñarme dos, si aprovecho al máximo diciembre.

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