Roma, Italia





Roma es otra cosa. Creo que fue la forma perfecta de empezar a volver a lo que me esperaba en casa. Ojo, no hay que confundir. Roma es hermosa. No sólo por su arquitectura, arte e historia; toda Roma tiene un espíritu particular que la envuelve. Y, como si fuera poco, tiene banda sonora. Estoy prácticamente convencida de que no voy a escuchar las mismas campanas y pájaros que escuchaba allá. Esos sonidos eran la paz entre la locura.


No me di cuenta de lo acostumbrada que estaba a Lausanne hasta que salí a caminar. Me parece recordar haber tenido la certeza de que era muy probable que tres autos me llevaran puesta al mismo tiempo. Pido permiso para ser exagerada y decir que fue algo así como un shock ver cómo la gente cruzaba por cualquier parte, estuviera o no el semáforo en rojo para los coches. No sólo eso, ¿de dónde salían tantos coches? Justo cuando pensabas que ibas a poder cruzar… ¡NO! Y nadie iba a esperar a que llegues al otro lado de la calle. Tengo que confesar que arribé a Roma con los reflejos muy relajados. Big mistake.

 








El primer día no lo disfruté en absoluto. Me parecía que toda la gente estaba loca, y no entendía a qué se debía la desesperación de los demás por llegar a… ¿dónde? Fue después que caí en la cuenta de que, en realidad, el comportamiento de los italianos podía llegar a ser de lo más normal y lo raro (aunque me pesara) era lo que hacían los suizos.

Con los pies puestos en la tierra, aproveché al máximo la ciudad. Una no terminaba de maravillarse con una obra de arte, que ya aparecían otras veinte en el camino. Fue un manjar para mi vista. Creo que es el día de hoy que no termino de asimilar la magnificencia de Roma, toda la vida que tiene, su historia; siglos y siglos de distintas sociedades, de la cultura de la opulencia. Es una experiencia que exacerba tanto los sentidos que una nunca queda satisfecha y, sin embargo, tampoco podría pedir más.


Es posible que gran parte del encanto de Roma sea eso: la contradicción. La forma en que chocan las eras, cómo la tradición se mantiene pero se transforma; ves las construcciones y te das cuenta de que todo cambió, pero en realidad es siempre lo mismo.

Creo que todos somos capaces de crear nuestro propio espacio sin importar el lugar en el que estemos. Todos tenemos la habilidad de convertir una habitación ubicada en una ciudad lejana en nuestro hogar; depende de cuánto ponga uno de sí mismo.


Así que, a pesar de que mi primer día en Roma fue un desastre, yo también pude encontrar mi hogar en ella. Finalmente comprendí que Roma te absorbe de la mejor manera que conoce: mediante la metamorfosis.

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