Lausanne, Suiza


No sabía qué esperar, la verdad. No fue un viaje planeado ni nada por el estilo. Más que otra cosa, tuvimos que improvisar. Cuando me enteré, mi primera preocupación fue renovar el pasaporte y que estuviera listo a tiempo. Y no quise ni ver fotos del lugar, por si algo fallaba (ok, sí, cuando tuve pasaporte en mano, un par de fotos vi. Igual seguía sin saber qué esperar).

Me habían dicho que era una ciudad que debía ser "caminada". Me habían dicho que era segura, tranquila, que había gente "bien", que me iba a gustar, que lo iba a disfrutar. No me lo esperaba.

Lo primero que me sorprendió fue la organización del aeropuerto. Creo que nunca vi tanto orden. La gente no se mataba por llegar antes a ningún lado, prácticamente no había colas, todo parecía funcionar como un relojito (tal vez eso último sea parte de estar en Ginebra). El staff tenía como premisa asistir al viajero, aunque no entendiera el idioma, porque estaban más preocupados por ayudar que por demostrar que pueden hacer uso de un lenguaje que en realidad no saben (acá he visto incontables veces a cajeros haciendo de cuenta que atienden en inglés, sin escuchar al cliente, en vez de traerle la bendita hamburguesa que le están pidiendo hace diez minutos). Después está el tema de la limpieza, que se ve claramente fuera del aeropuerto también; a nadie se le ocurre tirar un papel al piso, o un cigarrillo, ni dejan restos de comida en cualquier parte. Tampoco rompen los medios de transporte masivo, porque se me ocurre que deben entender (además de que es un comportamiento, a mi modo de ver las cosas, completamente inaceptable) que todos disponen de ese servicio, y por lo tanto hay que cuidarlo.

Hablando de transportes, la siguiente gran sorpresa fue el tren que nos tuvimos que tomar para llegar desde Ginebra a Lausanne (y voy a obviar las estaciones impolutas, porque podría hablar de eso todo el día). Creo que, de no haber sido porque iba mirando por la ventanilla, no me habría dado cuenta de que el tren se movía; así de cuidadas están las vías. Y mejor no voy a entrar en detalles en lo que al paisaje respecta, porque creo que fue ahí que me enamoré (aunque me parece que en el momento no me di cuenta porque el equipaje ya me estaba fastidiando).









No sé qué fue lo primero que me dio la pauta de que estaba en un lugar completamente distinto a Buenos Aires. Tal vez haya sido la tranquilidad que había en todos lados. No había gente gritando ni discutiendo, ni ruidos molestos. Ni tenías le sensación de que, tarde o temprano (más temprano que tarde), alguien iba a agredirte. Si, por algún motivo, te detenías mientras ibas caminando, lógicamente te esquivaban, no te pasaban por arriba como si no estuvieras (igualito a como pasa acá, ¿no?). Tampoco parecía que la gente corría apurada por llegar a ningún lado; algo que tal vez tenga que ver con el hecho de que los servicios funcionaban con total regularidad...


Tal vez haya sido que es la ciudad más eco-friendly que conozca. No hay desperdicio de agua o energía (por ejemplo, las luces a la noche se apagan), energía que obtienen mediante recursos renovables. Todos reciclan y hasta hay escaleras mecánicas que sólo entran en funcionamiento cuando van a ser utilizadas. El agua es potable, y en siete días, nunca vi que de un caño de escape saliera humo. Y hasta me pareció que había más gente a pie que en autos, aunque puede que ahí me equivoque, no conozco las estadísticas.

Tal vez haya sido, nada más y nada menos, que la gente se respeta a sí misma y, de ese modo, respeta a los demás. No recuerdo haber escuchado bocinazos, y se me hace que se tomaban hasta las horas pico con calma. Si tenías que cruzar donde no había semáforos, no tenías que esperar a que dejaran de pasar autos, porque el peatón tiene prioridad. Y tampoco vi que nadie cruzara por donde no hubieran sendas peatonales.

Me resultó todo muy diferente, para ser honesta. Hasta el aire parecía menos viciado. Creo que no tengo nada malo para decir. A lo sumo me hizo sentir un poco incómoda que prácticamente nadie hablara español o inglés. Miento. Fuera del hotel nadie hablaba español o inglés. Pero es un tema menor, si tenemos en cuenta que la mayor parte de las veces que tuve hambre supe señalar muy bien lo que quería comer.


Tengo pendiente la publicación de esta entrada desde la semana pasada. Como que no le puedo poner un fin, y a veces no sé cómo seguir. Voy escribiendo de a poquito, porque creo que no sé bien a dónde quiero llegar con todo esto. Empecé queriendo escribir un poco sobre la experiencia del viaje y cosas por el estilo; pero terminó siendo una declaración de amor por Lausanne jajaja. Me hubiera encantado pasar más tiempo allá, pero lo importante es haber tenido la oportunidad de conocer un lugar tan lindo.

Muchos dicen que viajar abre la mente. Puede que tengan razón. A mí me pasó otra cosa: viajar me cerró la mente a Buenos Aires. Veo tantas cosas que me parecen absurdas de esta ciudad, incluso algunas personas me parecen ridículas. Escucho a la gente hablar de los avances del país, gente que todavía no se convence de que somos tercermundistas, y no lo puedo creer. Tal vez sean ellos los que necesiten apertura, en realidad. Y lo peor es que son los que ostentan poder los que aseguran que estamos mucho mejor que las grandes potencias; y así tienen a muchos engañados. En vez de alimentar un orgullo vano, podrían enriquecernos culturalmente para que podamos tener un avance genuino; pero lamentablemente tenemos líderes que se regocijan en la ignorancia de su pueblo. Esa es nuestra triste realidad.

No concibo que sean tan ciegos como para no darse cuenta de que, una vez que viaja, la mayoría prefiere armar su vida lejos de acá. Creo que eso es lo que me está pasando. Estar cara a cara con un estilo de vida tan diferente al de Buenos Aires hizo que me enojara (porque no encuentro una palabra que describa mejor lo que sentí) con mi país. Porque un país no es el espacio geográfico. Un país es su gente.


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