Valeria del Mar


Nos tocaba viajar el día siguiente al tornado del viernes 1 de Marzo. Como es de imaginar, ninguno de los tres estaba demasiado entusiasmado con la idea. Hasta donde puedo recordar, con mis papás siempre viajamos en auto hasta el lugar donde fuéramos a vacacionar. Durante muchísimo tiempo, fuimos a Villa Gesell en el verano y allí es donde tengo todas mis memorias de niñez y adolescencia. Pero, por diversos motivos, los pasados tres años no pudimos hacer el acostumbrado viaje los tres juntos.
La última vez que fuimos a Gesell fue en 2009. Siempre nos hospedábamos en el mismo complejo, pero en aquella oportunidad no disfrutamos tanto de la estadía como años anteriores. Nuestras vacaciones terminaron con un sabor agridulce, y estoy segura de que, de haber vuelto a la costa el año siguiente, hubiéramos elegido un lugar distinto.
En las vacaciones del 2012, visité Pinamar con mi tía Rita, hermana de mi mamá. Pasamos diez días fantásticos, que supe aprovechar al máximo a nivel creativo. Por supuesto, al regreso, no paré de hablar de Pinamar y del hotel donde nos habíamos quedado durante unas buenas semanas. Supongo que, un mes después, mamá y papá se debían sentir como si ellos mismos hubieran estado allí con nosotras.
Este año, sin embargo, estábamos perdiendo las esperanzas de pasar algún tiempo en la costa. O por lo menos así fue hasta una de las tantas reuniones que organizan mi mamá y sus amigas. Cuando una de ellas le pasó el dato de un complejo de departamentos en Valeria del Mar, mi señora progenitora no perdió el tiempo e hizo todas las averiguaciones pertinentes. Un par de semanas después, estábamos pensando si convenía viajar el sábado o el domingo, cuando las lluvias y fuertes vientos hubieran cesado.
Finalmente, la tarde del sábado se compuso y decidimos partir sin demoras. El viaje nos regaló algunas clásicas vistas de la ruta (y otras no tan clásicas para nosotros, que solemos viajar de día).


Al rededor de las diez de la noche, llegamos a Los Aromos. Nos recibió Anabela, la dueña, como si fuéramos familia. El cielo estaba nubladísimo, y amenazaba con caer una más de las tantas lloviznas que nos habían acompañado a lo largo del viaje. La noche del sábado la pasamos adentro, al igual que el domingo hasta el mediodía. Después de almorzar salimos a dar una vuelta por el centro de Valeria, donde la lluvia nos volvió a sorprender.
Algo que me encantó de Valeria del Mar fue la tranquilidad que había en todas partes. Y la naturaleza. Recuerdo estar llevando el equipaje hasta el departamento y sentir ese aroma por el que espero todo el año: el salitre, los árboles -de los cuales parece haber más que personas en las calles-, la tierra mojada, el rocío sobre el pasto... 
La semana entera fue una fiesta de carbohidratos, pero lo pasamos tan bien que poco y nada me preocupa.
El domingo arrancamos con una buena cena en Pasta Nostra, sobre Av. Espora, donde probé por primera vez ñoquis rellenos con muzzarella. Eran gigantes. Creo que la porción era de ocho, más o menos. Se llevan fantásticos con salsa bechamel. El restaurante es lindísimo, y lo conocimos gracias a que, durante el paseo por el centro, nos retuvo la lluvia bajo el techo de su galería. Cuando amainó, volvimos al departamento... escoltados por un perro enorme y negro, al que papá y yo llamamos Sirius.
La estadía en Los Aromos incluía desayuno; así que, todos los días, nos levantábamos entre las ocho y las nueve de la mañana para pedir nuestra espectacular bandeja rebosante de facturas y panes, que podíamos untar con queso, manteca, dulce de leche o mermelada, y acompañar con leche, café, té o mate cocido.
El complejo en que el nos alojamos quedaba a pocas cuadras de Cariló, de forma que una de nuestras primeras salidas fue a esa localidad.
Nos llevó un par de tardes recorrer el centro comercial completo. Ya lo habíamos visitado en otras oportunidades, pero creció mucho desde ese entonces. Por ser Marzo, ya no había demasiada gente, por lo que pudimos apreciar todo cuanto quisimos. Una vez allí, dedicamos unos cuantos minutos a El Cairel, negocio de artesanías predilecto de mi mamá. Uno de los mayores atractivos de ir a Cariló, creo yo, es el desfile de chalets que se presenta a cada lado de Av. Divisadero a medida que uno se acerca al centro. Es uno más lindo que el otro; y, en ocasiones, te podés encontrar con alguno que te transportará a algún viaje, alguna historia, alguna persona del pasado. Con esas casas nunca se sabe. Aprovechamos una tarde más bien fresquita para comprar un par de bombones. Un local llamó nuestra atención: la chocolatería Hönecker. En particular, disfruté de las trufas de naranja. Chocolates exquisitos. También en Cariló compramos la que probablemente es la tarta de manzana más rica que comí en mi vida; pero, lamentablemente, ninguno de los tres recuerda el nombre del local (yo creo que es Coperto, pero no es seguro).
Estoy casi convencida de que el único motivo por el cual pudimos regresar a casa en auto en vez de rodando es que, todos los días, después de desayunar, nos dirigíamos a la playa y hacíamos una importante caminata. A veces hasta las playas de Cariló, a veces hasta las playas de Pinamar.
A partir del lunes, los días mejoraron. Empezó a amanecer despejado y cálido, ideal para visitar el mar. Después del mediodía, tendía a nublarse un poco. Por eso, el segundo día de nuestras vacaciones, pasamos por nuestra querida Villa Gesell. En primer lugar, hicimos una parada en Las Cortaderas, donde compramos un pan de campo y un par de alfajores de brownie. Ambas cosas recomendadas cien por ciento. Recorrimos el centro comercial sobre la Av. 3 prácticamente de cabo a rabo, deteniéndonos por más tiempo en Böhm y Alfonsina, donde compramos La Ilíada y La Odisea de Homero, y una biografía de Alfonsín. También hicimos el acostumbrado recorrido por el Paseo de los Artesanos, que siempre fue uno de mis lugares preferidos. Antes de volver a Valeria, merendamos en El Churrinche, donde nos empachamos con una picada de tortas, una agradecida propuesta original de la casa de té, cuya selección de tortas no tiene desperdicio.
Otro atractivo de Valeria -por lo menos a mi modo de ver las cosas-: está lleno de perros. Algunos con familia, otros no; pero, eso sí, todos bien cuidados. En Los Aromos había uno precioso de pelaje largo, manchado de negro, blanco y marrón. A falta de creatividad, le puse Fido. Siempre me recibía batiendo la cola cual abanico, y esa mirada irresistible que saben tener nuestros amigos peludos. Por otro lado, en la playa, en  una oportunidad almorzamos en compañía de un perro blanco salpicado de mechones de pelo negro. Ese día tampoco estaba muy creativa, así que le puse Manchas. Y varias tardes nos vino a visitar un perro negro, que lo único que hacía era recostarse de mil maneras y disfrutar de nuestras caricias. A ese le puse Lazy, que significa "perezoso". ¿Por qué me gustaba estar rodeada de animales? Era como si cada vez Luna viniera a visitarme en la forma de distintos perros y, por un ratito nada más, no la extrañaba tanto como el resto del día, todos los días.
La playa de Valeria del Mar parecía tener arena dorada; y, a pesar de que ya no hacían los calores de Diciembre y Enero, me pude dar el gusto de nadar un poco en el mar. No sé si tendrá que ver con que soy de Piscis, que es un signo de agua, pero ese es el elemento en que mejor me siento. Nadé como una nutria, hasta que me quedé sola y tuve que regresar a la orilla. No le temo al mar, pero sí lo respeto.

















Estoy agradecida de haber podido disfrutar de esas playas.
A pesar de que estuvimos sólo una semana, hicimos de todo. Hasta pude darme el gusto de andar a caballo, que es otra de las tradiciones vacacionales.
No recuerdo exactamente a qué edad me subí por primera vez a un caballo, pero sí recuerdo una foto en la que la cabeza del equino parece más grande que mi torso. Tal vez fue en San Antonio de Areco... En esta oportunidad, fui a La Reserva. De nuevo, como estaba llegando a su fin la temporada, no había mucha gente. Perdón, voy a ser más precisa, fui sola con el guía. Decidí cabalgar por el bosque, algo distinto a lo que estoy acostumbrada. Existía la posibilidad de hacer la usual cabalgata por la playa; pero, para la novela que estoy escribiendo, necesitaba saber cómo era andar entre los árboles montada sobre un caballo. No me arrepiento en absoluto. Una de las grandes libertades que da hacer sola el recorrido, es ir al propio ritmo. El guía, Diego, me preguntó si quería un caballo tranquilo o uno que corriera. Le respondí que quería trotar un poquito, así que me trajo a Fantasma, un hermoso tordo atruitat, blanco manchado con gris. No me arrepiento en absoluto. Ciertamente troté un poquito, porque la mayor parte del recorrido fue galopado. Fantasma fue una excelente elección, porque era evidente que le encantaba la velocidad. Más de una vez dejamos atrás a Diego y su caballo, que nos alcanzaban finalmente cuando Fantasma se detenía a comer -que le gustaba tanto como correr-. Ahí era cuando Diego nos pasaba y Fantasma acortaba los metros que nos separaban al trote. No puedo explicar con palabras lo que se siente ver pasar como borrones marrones y verdes los arboles a cada lado, el viento contra la cara (y alguna ocasional rama, porque Fantasma era medio rebelde) y la sensación de ser una unidad con el caballo. Creo que los mejores momentos fueron aquellos en los que galopamos por los desniveles del bosque, la costosa subida y la vertiginosa bajada. Si llego a tener la oportunidad, voy a repetir la experiencia. En La Reserva también había un perrito divino, peludo y franelero, que nos acompañó a lo largo de toda la hora que duró el paseo.
Esa misma tarde, fuimos a Cauca a merendar, porque nos lo habíamos prometido el día de nuestra llegada, y porque ya estaba extrañando esos exquisitos alfajores artesanales.
La última noche de vacaciones, insistí lo suficiente para que hiciéramos una pasada por el centro de Pinamar. Estaba tal como lo recordaba, aunque con bastante menos gente. Cuando llegamos, mamá y papá se acordaron de unas vacaciones que habían pasado juntos allá, antes de que yo naciera. Haciendo memoria, dieron con el nombre de la calle sobre la cual estaba el lugar donde se habían alojado, de las Artes. Dimos unas vueltas, recorrimos galerías y encontramos un Munchi's que nos tentó tanto que, a pesar del frío, consiguió que compráramos un helado cada uno. Como me gusta probar nuevos sabores, elegí Crema del Bosque y helado de Yogurt Natural. Nos sentamos en una de las mesas ya un poco bañadas en rocío, saboreando los helados y el éxito de la semana, casi improvisada, de vacaciones. Al finalizar nuestros postres, dimos una última vuelta por la galería más extensa de todas y, sin querer, al salir encontramos la calle de las Artes.
Como siempre, ninguno quería que llegara el último día; pero, como no poseemos la capacidad de alterar el paso del tiempo, llegó. Otra hubiera sido nuestra predisposición de no haber disfrutado tanto las vacaciones, pero creo que no le podíamos pedir más a los siete días que pasamos en Valeria del Mar. Nos despedimos de todas las personas que hicieron de Los Aromos nuestro hogar por una semana con una sonrisa, y la promesa de que pronto nos volveríamos a ver. Esperemos que así sea.

Comentarios

  1. Que lindo Aldi!!! hermosos recuerdos, es para leerlo y leerlo hasta las próximas vacaciones!

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