Belanna Murgia

Jean estuvo de mal humor lo que quedaba de la semana. Ni siquiera sabía por qué los compañeros de Adrien habían tratado de ese modo a Anne, porque no se había animado a hablar del episodio con su amiga. Pero, conociéndolos, no le habría extrañado que no hubiera un verdadero motivo. Cuando finalmente llegó el fin de semana, y los Hart decidieron que no estaban dispuestos a pasar sábado y domingo temiendo el ánimo impredecible de su hija, la interrogaron durante el almuerzo.
- Jean, tu padre y yo no pudimos dejar de notar que, durante este último par de días, algo estuvo... molestándote- comentó como quien no quiere la cosa la señora Hart, mientras servía una generosa cantidad de ensalada en su plato, donde ya había una porción de pechuga de pollo grillada.
- No me pasa nada, mamá- mintió Jean, pinchando compulsivamente su propia comida, pero sin probar un bocado.
El señor y la señora Hart intercambiaron miradas cómplices y guardaron silencio. No hubo necesidad de que insistieran antes de que la joven volviera a hablar:
- ¿Cómo eran sus compañeros cuando ustedes iban al colegio?
Los padres de Jean eran muy parecidos a ella en el sentido de que también pasaban gran parte de sus días leyendo y estaban ansiosos por obtener novedades sobre todo cuanto ella aprendía en la St. Ameus School. Si alguien podía comprenderla, pensó Jean, esos eran sus padres.
- ¿Tuviste algún problema con alguien?- quiso saber el señor Hart.
- Ojala fuera en singular- resopló Jean, por fin llevándose un pequeño trozo de muslo a la boca-. Unos chicos de otro curso. Son odiosos.
- ¿Mayores que tú?
- ¡No! Ni siquiera eso. Son de mi misma edad- por primera vez les contó de Adrien y sus amigos, sobre cómo apostaban en la biblioteca, la clase en la que había tenido que leer la escena de Romeo y Julieta delante de todos y, lo peor de todo, el almuerzo del miércoles cuando habían llamado a Anne... se enervaba de sólo recordarlo.
- Creíamos que ignorabas a los pequeños abusadores de la escuela- le recordó la señora Hart cuando Jean concluyó su relato.
- Eso era antes, cuando no era algo personal- replicó Jean, frunciendo el entrecejo hasta que sus cejas estuvieron prácticamente unidas.
- Ahora tampoco es personal- dijo el señor Hart, volviendo su atención a la comida-. Es sólo que esos chicos tienen un mecanismo de defensa muy distinto al tuyo. Ellos tienen que hacer sentir inferior a quien creen más débil para sentirse superiores, mientras que tú, no.
- Eso no hace que deje de ser injusto... ¡y yo no soy débil!- se quejó la chica.
- No dije que lo fueras. Pero, como ya comprobaron que, aunque discutas con ellos, no vas a responder con maltrato como hacen ellos, te ven vulnerable.
- Sólo ignóralos, Jean- le recomendó la señora Hart-. Cuando vean que no van a obtener nada de ti, dejarán de molestarte.
Jean no estaba muy segura de que eso fuera cierto; pero estaba empezando a creer que sus padres no habían sido víctimas de matones cuando tenían su edad.
El lunes, Anne y Jean llegaron juntas a clases. Ya no hacía falta que Neena Musil las llevara en el auto de su familia; pero se habían acostumbrado al transporte público y, ahora que la temperatura había subido y la nieve se había derretido, no iba tan lleno como antes.
Ni bien cruzaron la puerta de la St. Ameus, se encontraron con la misma chica de rizos rubios que las había molestado en el comedor. Iba acompañada por sus dos arrogantes amigas.
- GordAnne, Fealieta- les dijo a modo de saludo. Las dos chicas que iban con ella rieron como ocas.
- No molestes, Barbie- le espetó Jean, sin pensar. Las risas de la rubia y su séquito cesaron al instante. Sin saber qué responder, se alejaron a zancadas, dirigiéndole miradas desdeñosas.
- ¿Qué hiciste?- le dijo Anne, casi aterrorizada.
- Ehm, le respondí a esa cabeza hueca, ¿por?
- ¡Esa no es cualquier cabeza hueca! Esa cabeza hueca es Belanna Murgia.
- Ajá...
- La hija de la profesora Pitts- aclaró Anne.
- Ya veo. Conque por eso permites que te diga lo que se le antoja, ¿eh?- respondió Jean, comenzando a enojarse nuevamente. No conocía a la profesora Pitts porque enseñaba en cursos superiores, pero creía que el hecho de tener una hija que se pavoneaba por la escuela y maltrataba a los demás sin recibir castigo no hablaba demasiado bien de ninguna persona.
- Además tiene un cabello precioso, y siempre está rodeada de chicos...- continuó Anne.
- Y, por supuesto, eso significa que tiene derecho a llamarte GordAnne- dijo Jean sardónicamente, ahora un poco enojada también con su amiga. Enojo que no le duró mucho porque Anne había notado la dureza de su voz y estaba más afligida que antes-. Mira, Anne, de nada sirve ser lindo por fuera si se es feo por dentro.
- Esa frase está muy trillada, Jean.
- ¡Porque es cierta!- le aseguró ella, sonrojándose ligeramente- Belanna Murgia puede ser heredera de medio mundo, por lo que a mí me importa. Si vuelve a maltratarnos, no pienso quedarme callada.
- No sé, Jean; no me parece buena idea.
- No seas cobarde, Anne- la retó en broma-. ¿Qué es lo peor que puede pasar?


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