Sobre diferenciación, aceptación e inclusión
Hace no mucho tiempo, tuve un cruce con mi mamá a raíz de un comentario que hice sobre una publicidad de productos anti-age. Yo entiendo que, con respecto a muchas cosas de la vida cotidiana, tengo un punto de vista que difiere del de la mayoría, y esta no es la excepción. Recuerdo los años en los que todavía era una niña, y quería imitar hasta el último detalle de las mujeres de mayor edad. Recuerdo haber planeado, durante mucho tiempo, empezar a fumar cuando fuera más grande... plan del que me disuadió rotundamente, cuando tenía alrededor de once años, el ver los pulmones de un fumador. Del mismo modo, recuerdo haberme preguntado de qué color iba a teñir mi cabello cuando hicieran acto de presencia mis primeras canas. Sin embargo, y de esto no sabría decirles cuándo se produjo el punto de inflexión, hace otra importante cantidad de años que me niego de lleno a sentir aversión por mis canas y, en consecuencia, cubrirlas; no me importa las veces que las mujeres de mi familia y los peluqueros me digan que voy a cambiar de opinión cuando tenga más de diez pelos blancos. Dentro de la misma línea de pensamiento, planeo llevar las arrugas con las que me adornen los años con total orgullo.
Según veo yo las cosas, tanto las arrugas como las canas son señales de que he vivido. Contrario a lo que parece promover la sociedad en la que vivimos, yo creo que la vida no son los años que nos quedan, sino los que hemos tenido. No creo que la edad sea tabú, no creo que el paso del tiempo sea motivo de vergüenza, no creo que la experiencia que los años imprimen en nuestra fisonomía nos resten valor como seres humanos. Y esto es lo que más repudio de las publicidades, del producto que sea, que me quieren hacer creer que debo tener una edad, pero aparentar diez años menos. Absolutamente nada de lo que me ponga sobre la piel, o consuma vía oral, va a cambiar el hecho indefectible de que el tiempo va a pasar para mí. No hay absolutamente nada que pueda engañar al reloj de nuestros organismos; y no hay razón sobre la tierra que me convenza de que tengo que eliminar u ocultar, casi con pudor, los indicios de que he vivido.
Pero es innegable que, si los medios de comunicación están plagados de este tipo de mensajes, es porque, a nivel colectivo, esos mensajes están aceptados. Está aceptado que "ser viejo" te devalúa, mientras que permanecer eternamente adolescente sería lo ideal. Paradójicamente, pareciera que, todo lo que nos resulta orgánico, debe ser condenado. Dentro de una sociedad que, en apariencia, nos insta a innovar, diferenciarse "en demasía" amerita una censura.
Como, por supuesto, mis palabras no acarrean el peso de ninguna verdad absoluta, sólo puedo limitarme a remitirme a la experiencia personal. Porque a la gente no sólo le cuesta aceptar que puedo amar mis canas -y mis arrugas, eventualmente-, sino que intente ser actriz o escritora sin alguien que me apadrine (porque tener talento no es una opción), que use el pelo corto siendo mujer, que haya pasado toda mi vida sin haber tenido novio, que no me convenza ningún partido político o religión, que crea que aquellos que no son cisgénero también son gente y merecen derechos, que no compre que este sistema educativo es el mejor -o cualquier sistema actual, de hecho-, que prefiera estar sola a mal acompañada... en fin, todos esos pequeños detalles que hacen a mi persona, individualmente o todos juntos, merecen un ceño fruncido, un meneo de cabeza, una sonrisa condescendiente. Y, si yo existo, otros como yo deben existir, también. Somos más de siete mil millones de humanos en el mundo, sería muy iluso de mi parte creer lo contrario. Todos somos únicos hasta cierto punto.
Si hay algo que añoro de mis años de Teatro Musical, es estar rodeada de gente que cree en una realidad diferente, y que aprecia la riqueza de la diversidad. Porque, al fin y al cabo, en la diversidad se encuentra la vida.
Sin embargo, en un mundo que, de la boca para afuera, te asegura que es cool ser diferente, si sos demasiado diferente, lo más probable es que no debas existir. Si sos demasiado creativo, lo más probable es que no debas existir. Si sos demasiado curioso, si hacés demasiadas preguntas, si querés saber demasiado, si tenés demasiadas inquietudes, lo más probable es que no debas existir. Si sos demasiado joven, o demasiado viejo, lo más probable es que no debas existir. Si sos autosuficiente, o lo necesariamente independiente, lo más probable es que no debas existir. Si sos demasiado gordo, o demasiado flaco, lo más probable es que no debas existir. Si no sos atractivo, o carismático, o un líder natural, probablemente no debas existir. Si sos demasiado sensible, probablemente no debas existir. Si no te identificás con los géneros más populares, probablemente no debas existir. Si no le rezás o temés a algo más grande que vos, probablemente no debas existir. Si querés cambiar el mundo, si alguna de tus cualidades hace que destaques, si tus valores te ponen en contra de las masas, si tu cuerpo no es considerado digno de aparecer en una revista, si te atrevés a soñar despierto, si tus esfuerzos mayores no están encauzados a mimetizarte con la gente que te rodea, es decir, si no sos "promedio", muy probablemente no tengas un lugar en este mundo, y no debas existir. Nunca te lo van a decir, pero no necesitás las palabras para sentirlo cierto.
Y lo más irónico de todo esto es que no podés evitar ser diferente, porque sos humano; y los humanos no somos clones. Hay un grupo de gente al que le conviene que seamos dóciles, que la sociedad nos quiebre, que haya un punto en nuestras mentes que desee ser guiado, para que ese pequeño grupo pueda alzarse en detrimento de un grupo mucho más grande, que es de la humanidad. En vez de gastar energías tratando de copiar a alguien más, o de cambiarlo para que se adapte a lo que nosotros consideramos aceptable; podríamos invertirlas en aprender a aceptar a los otros tal cual son, y rescatar aquello que los hace especiales y usarlo para enriquecernos.
No sé, me da la sensación de que, al ser una especie que se jacta constantemente de lo superior que es a los animales, no deberíamos ser tan veloces en querer comernos al cachorro que huele diferente.
Pocas cosas asustan tanto a las personas como alguien que no necesita la aceptación de alguien más para sentirse valioso. Pareciera ser que amarse y aceptarse a uno mismo es condenable. Porque, ¿cómo te atrevés a sacarte una selfie porque te sentís feliz con vos mismo? ¿Cómo te atrevés a quererte lo suficiente para poner tu rostro en las redes sociales? ¿Quién te dio permiso, quién te dijo que tenía ganas de ver tu cara en las fotos que te sacás vos mismo? No entiendo cuál es la idea detrás de desacreditar y menospreciar a las personas que se sacan auto-fotos y quieren compartirlas. ¿Qué tiene de malo aceptarse? O, mejor dicho, ¿por qué tendrías la necesidad de hacerle creer a alguien que no le corresponde amarse a sí mismo?
Siento que debería ir redondeando, porque he recibido comentarios de que me explayo demasiado y... creo que no hace falta que agregue algo más a esta oración. El tema es el siguiente: si alguna vez recibiste o diste el famoso consejo de "La gente va a quererte si primero te querés vos mismo", y te pareció que esa última parte estaba buena, actuá en consecuencia y deseale autoestima a todo el que conozcas, no contribuyas a minársela.
Y, si actualmente te encontrás en el camino de alimentar tu autoestima, no dejes que nada ni nadie te quiera convencer de que ser leal a tu persona es censurable, o de que no merecés amarte. No estás siendo engreído, te estás haciendo un favor, te estás cuidando, y eso está perfectamente bien.
No sé, me da la sensación de que, al ser una especie que se jacta constantemente de lo superior que es a los animales, no deberíamos ser tan veloces en querer comernos al cachorro que huele diferente.
Pocas cosas asustan tanto a las personas como alguien que no necesita la aceptación de alguien más para sentirse valioso. Pareciera ser que amarse y aceptarse a uno mismo es condenable. Porque, ¿cómo te atrevés a sacarte una selfie porque te sentís feliz con vos mismo? ¿Cómo te atrevés a quererte lo suficiente para poner tu rostro en las redes sociales? ¿Quién te dio permiso, quién te dijo que tenía ganas de ver tu cara en las fotos que te sacás vos mismo? No entiendo cuál es la idea detrás de desacreditar y menospreciar a las personas que se sacan auto-fotos y quieren compartirlas. ¿Qué tiene de malo aceptarse? O, mejor dicho, ¿por qué tendrías la necesidad de hacerle creer a alguien que no le corresponde amarse a sí mismo?
Siento que debería ir redondeando, porque he recibido comentarios de que me explayo demasiado y... creo que no hace falta que agregue algo más a esta oración. El tema es el siguiente: si alguna vez recibiste o diste el famoso consejo de "La gente va a quererte si primero te querés vos mismo", y te pareció que esa última parte estaba buena, actuá en consecuencia y deseale autoestima a todo el que conozcas, no contribuyas a minársela.
Y, si actualmente te encontrás en el camino de alimentar tu autoestima, no dejes que nada ni nadie te quiera convencer de que ser leal a tu persona es censurable, o de que no merecés amarte. No estás siendo engreído, te estás haciendo un favor, te estás cuidando, y eso está perfectamente bien.
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